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EL BOSQUE DE LAS FORTALEZAS

Cascada

Hace miles de lunas, cuando la tierra era joven y los seres humanos todavía podían conversar con ella, existía en este lugar un frondoso bosque que proporcionaba a quienes en él vivían abrigo, protección y alimento. A cambio, sus moradores cuidaban de los árboles y los matenían siempre verdes y sanos.

La vegetación de este bosque mítico se sustentaba gracias a la magia que el respeto, la solidaridad y la convivencia en armonía de sus habitantes proporcionaban  a la tierra de la que se alimentaban las plantas y que los más jóvenes del lugar eran los encargados de custodiar y preservar.

 

El hechizo de esa tierra extraordinaria no era permanente, sino que se desvanecía cada nueve lunas, por lo que los muchachos y muchachas debían superar durante ese tiempo una serie de retos en los que demostraran la virtud que su alma, todavía nueva, poseía.

Era entonces el momento de celebrar los logros conseguidos y, en esa fiesta, los jóvenes ganadores obtenían el privilegio de plantar un árbol con esa tierra que, misteriosamente, se había impregnado con la magia que solo las buenas acciones otorgan y que aseguraba que ese bosque perviviera frondoso, verde y acogedor.

Así el bosque se mantuvo siglos, y su hechizo y fascinación se convirtieron en ejemplo generación tras generación.

Pero un aciago día comenzó a crecer en el ánimo de algunos jóvenes la semilla del resentimiento y la envidia y esa semilla se multiplicó como la mala hierba. Los celos, la rabia, el enfrentamiento y la pugna por ser los mejores mataron la convivencia y terminaron con la magia, con las plantas y con los árboles,  y el hechizo de ese fantástico bosque se desvaneció…

ilustra paisajes

Aunque no por completo. Un grupo de muchachos y muchachas pudo mantenerse fiel a los principios de armonía que amparaban la vida del bosque. Consiguieron salvar ocho de aquellos árboles  y evitar así que el lugar se convirtiera en un páramo de rencor, odio y oscuridad.

Para proteger los últimos ejemplares vivos edificaron ocho fortalezas, cuyos cimientos se sustentaban en una virtud, y se impusieron el deber de recuperar ese bosque mítico, cuya imagen todavía permanecía viva en su recuerdo, y de transmitir a las generaciones venideras el noble cometido de restablecer la magia.

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